Lo que estamos viviendo en Sinaloa, es, sin lugar a dudas, una realidad que todos, de una u otra forma, conocemos pero que nos negamos a aceptar. Durante varias décadas se fue desarrollando una desconexión cognitiva en el individuo y como sociedad, esa desconexión se finca en la importancia o valor primordial que como sociedad se le da al dinero.
El dinero como la suma de todas nuestras fortalezas, pero también de nuestras debilidades, de todos nuestros logros, pero también de todos nuestros fracasos, de todos nuestros éxitos, pero también de nuestras derrotas, de todo lo bueno, pero también de todo lo malo, del propósito, pero, también del despropósito, de la educación, pero, también de nuestra ignorancia, de los buenos, pero, también de los malos; se convirtió en el verbo que mueve nuestras conciencias.
Por eso cuando el dinero del narcotráfico empezó a llegar por borbotones a Sinaloa allá por los setentas y ochentas, a nadie le preocupó en lo mínimo, al contrario, grandes empresas y empresarios surgieron con gran éxito de la noche a la mañana. Los políticos siempre hambrientos de poder y riquezas ajenas no dudaron, primero, protegiendo a uno u otro capo, para posteriormente convertirse en los grandes beneficiarios de dichas ganancias multimillonarias en campañas políticas y actualmente gobernando a la par, esto es posible basados en un sistema gubernamental corrupto e hipócrita.
Los años pasaron y el dinero, sobrevaluado, se convirtió en el todopoderoso, aquel que lo compra todo, así el dinero de ser una mercancía evolucionó y se convirtió en el factor de dominio y el individuo involucionó convirtiéndose simplemente en mercancía. Llegando a la sociedad avariciosa de la actualidad.
En este contexto de ideas ahora simplemente ya no distinguimos entre la realidad y nuestra ficción: la violencia por la guerra entre grupos del narcotráfico, el desgobierno, la apatía de la población por temas trascendentales como la legitimidad y responsabilidad de nuestros gobernantes en el tema del bienestar social y la falta de carácter para exigir rendición de cuentas, entiéndase una parte de la población con intereses más directos en el negocio del narcotráfico, se ha convertido en una desconexión cognitiva ante la verdad.
Pueblo o sociedad se representan por un universo de individuos; la sociedad sinaloense o el pueblo sinaloense integra a todos: políticos, empresarios, narcotraficantes, maestros, doctores, amas de casa, abogados, albañiles, académicos, periodistas, etcétera.
Por eso cuando el gobernante plantea la narrativa de que no existe colusión entre gobiernos y narcotraficantes y los hechos demuestran una situación totalmente diferente, debieran ser los ciudadanos los que reprueben tal falacia y hagan valer su derecho a exigir la verdad.
Cuando los empresarios más poderosos se nutren de la corrupción de los gobiernos y son avalados por una ciudadanía que no le importa que la despojen de su patrimonio público como en el tema de estadios, hospitales, compra de edificios, puentes, carreteras, escuelas, centro de ciencias, parques, bibliotecas, espacios públicos y un largo etcétera. Son estos mismos empresarios los que reciben abiertamente el dinero del narcotráfico en el auge inmobiliario o automotriz, en sus hoteles de playa.
Son los empresarios de la educación privada los que han crecido y pululado gracias en gran medida al dinero del narcotráfico; los grandes centros comerciales que en los ochentas no existían en Sinaloa, las clínicas de belleza que se han convertido en un servicio básico para las mujeres actuales.
La convivencia en Sinaloa refiere que tu vecino, familiar o amigo, es o puede dedicarse al narcotráfico en sus diferentes aristas: narcopolítico, lavado de dinero, sicario, narco empresario, trasportista o mula, cocinero, sembrador.
Esta es la realidad que actualmente vivimos en Sinaloa, todo impulsado por el valor que le hemos otorgado como sociedad al dinero… y debido a ello sufrimos de una desconexión cognitiva con la realidad.