TRIÁNGULO DORADO: DISPUESTO A MORIR EN CUALQUIER MOMENTO
viernes, 22 de enero de 2021
TRIÁNGULO DORADO: DISPUESTO A MORIR EN CUALQUIER MOMENTO


 

No puede dormir. Sabe que en cualquier momento llegarán por él. Y aunque se esconda, tarde o temprano, lo encontrarán. Tampoco tiene caso ausentarse durante un tiempo de la ciudad y esperar a que las cosas se calmen para regresar: la cosas no se calman nunca: el rencor permanece hasta que la venganza se cumple. Eso lo sabe perfectamente porque aunque él no inventó las reglas, las ha llevado a la práctica por órdenes de otros. Así que simplemente aguarda. Pero el instinto de supervivencia lo obliga a buscar salidas, prolongar la agonía lo más que se pueda antes de caer en la trampa.

 

 

Sólo espera que sea un simple balazo. Una bala certera que oscurezca su mundo de una vez y para siempre. Un sueño sin sueños del que no habrá de despertar nunca más. Él los ha visto caer. Es como si de pronto desconectaran un aparato eléctrico. Como si simplemente apagaran la luz de un cuarto. En un suspiro se pasa de la luz a la oscuridad. Del ruido de un motor al silencio de una casa vacía. Ojalá sea así. Pero lo duda. A los traidores como él se les trata peor que a ratas de laboratorio. Se experimenta con ellos nuevas maneras de ejercer el terror. Se les somete a toda clase de pruebas de resistencia. Es por eso que intentar huir para recibir una bala por la espalda no es una mala idea.

 

 

La casa de sus papás es de dos pisos. Él duerme en la segunda planta, en el cuarto que da al jardín delantero. Sus padres duermen en el cuarto de al lado. El aire acondicionado encendido toda la noche les impide darse cuenta de cualquier ruido exterior. Él solo debe tener un ventilador y mantener la ventana siempre abierta. Apenas así escucha los ruidos de la calle. Los autos que pasan en la madrugada. Los vecinos que llegan tarde a su casa. Los gatos trepando a las ramas de los árboles para comerse a los gorriones.

 

 

Tiene toda su vida -23 años- viviendo en esa casa, pero ahora que sabe que pronto va a morir, inspecciona las rutas de escape. Sus matones probablemente descarguen sus fusiles contra la fachada de la casa. A lo mejor abren la puerta de un balazo o una patada. En ese caso no le quedará más remedio que defenderse de la misma manera. Ese ruido sí que sus padres lo escucharán a pesar del aislamiento que les da el aire acondicionado. ¿Les llegará lejano, como una balacera en Las Quintas o en La Campiña? ¿o cercano y ensordecedor como cuando los vecinos se ponen a disparar al aire el 1 de enero? Será él contra cuántos: ¿tres? ¿cuatro? ¿cinco, como la célula a la que pertenecía? Tendrá que defenderse con una pistola en cada mano. Las paredes de su casa quedarán bañadas de rojo y él tendrá que escapar a pie, detener el primer auto que pase y buscar resguardo en algún hotel hasta que amanezca. Sus padres tendrán que encargarse de todo: interrogatorio policial con golpes incluidos, vecinos curiosos, llamadas de familiares, llanto por no saber si el hijo está vivo o muerto, en manos de sus enemigos o a salvo.

 

 

La otra alternativa es escapar por el patio. Apenas escuche ruido en el jardín bajar por las escaleras, abrir la puerta trasera y treparse a la casa del vecino. El vecino tiene un perro escandaloso que ladra por cualquier cosa. Bastará con una patada en el costado para callarlo. Esa casa da a la calle contraria. De ahí, corriendo, puede llegar hasta el malecón, internarse en la rivera del río y perderse en la oscuridad.

 

 

Es medianoche y el ladrido de un perro lo asusta. No se escucha el motor de ningún auto. ¿Pasos en la banqueta? Sí, alguien corre. Él se levanta de la cama. Se asoma con cuidado por la ventana. Nadie. Permanece a la espera durante un par de horas, sentado en un sillón, revisando su celular. Alguna vez pensó que si llegaba un momento como este habría de largarse de la ciudad lo más lejos posible, hasta el otro extremo del país, si es que no podía cruzar a los Estados Unidos. Pero ahora que se encuentra en esta situación se sorprende sin ningún ánimo de huir.

 

 

El sueño poco a poco lo vence. Por la mañana lo despierta un dolor insoportable en la espalda. Reprime un alarido de dolor cuando intenta ponerse de pie. Ve en su celular que son las 5.20. Su madre no tardará en despertarse. ¿Un día más de vida? ¿un día menos? Desde su ventana ve asomarse por el cielo un rosa pálido. Entonces empieza a escuchar ruidos en la casa. Pero son los mismos de siempre: su madre que inocente y cotidiana abre la puerta de su cuarto y baja las escaleras para empezar a preparar el desayuno. Luego vienen los olores: el del aceite, la cebolla y el ajo en la cazuela. El café con leche. Como todas las mañanas. Hasta parece que esto durará para siempre, invariable, como un milagro que le ha sido concedido por el universo para que empiece a hacer las cosas bien. Pero no cree en milagros y sabe que tarde o temprano llegarán por él.  Y aquí los esperará. Listo con el dedo en el gatillo. Dispuesto a morir.



Por Daser. 


 

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