Punteros en Culiacán
viernes, 12 de julio de 2024
Punteros en Culiacán
 


Por David Fuentes M. 
 

 

Los punteros se reunían en un parque ubicado a un par de cuadras del Banco Militar.

 

Ahí se resguardaban del intenso calor debajo de un almendro cuya sombra refrescaba el ambiente. 

 

Los punteros se tiraban en el césped y mientras aguardaban pacientes se ponían a ver videos en el celular o escuchaban por radio las conversaciones de otros punteros.

 

Pero de pronto había movimiento afuera del banco. Comenzaban a salir los militares en grupo y se subían a sus camionetas.

 

Entonces los punteros se ponían en alerta, se levantaban del césped y se trepaban a las motos, esperando a que el convoy de militares pasara por la calle Josefa Ortiz de Domínguez para comenzar a seguirlos.

 

Adelante iban tres camionetas llenas de soldados con los rostros encapuchados, fuertemente armados, circulando a baja velocidad.

 

Detrás, a unos 10 metros de distancia, tan cerca que la gente se asombraba de su descaro, iban los punteros en sus motos, como  abejas zumbando alrededor de un panal.  

 

La señora de la tienda que estaba frente al parque los miraba todas las mañanas. Al principio, le molestó ver a esos muchachos que se quedaban largo tiempo tirados en el césped.

 

Le daba miedo que ocurriera una balacera frente a su negocio y que una bala perdida le tocara a ella o a uno de sus clientes.

 

La irrupción de ese grupo de punteros en la vida de los vecinos que vivían junto al parque fue tema de conversación durante varios días.

 

Hasta que se fueron acostumbrando a su presencia matutina y el temor a una balacera con los militares se fue disipando.

 

Es por eso que la señora de la tienda se atrevió a sacarle plática a uno de los punteros que entró a su negocio para comprar cocas y galletas.

 

Le preguntó si no les daba miedo andar detrás de los soldados: “esos son cabrones y no se tientan el corazón”, le dijo la mujer para darle por su lado. 

 

Pero el muchacho, un adolescente en edad de estudiar en la prepa, soltó una carcajada: “no, doña, así no está el pedo”.

 

El puntero le aseguró entonces que eran ellos los que andaban cuidando a los soldados.

 

“¿Cómo?”, preguntó, incrédula y asombrada la mujer. “Sí, andamos cuidándoles las espaldas, porque ellos trabajan para el jefe y los contras les tienen coraje”.

 

Entonces la señora de la tienda se acordó de haber visto en Facebook un video en el que aparecía un grupo de soldados golpeando salvajemente a un puntero al que habían agarrado en la isla Musala.

 

“Ese morro trabajaba para los otros, por eso se lo chingaron los soldados, a nosotros ya nos conocen y saben que somos compas”, le contestó.

 

En eso se escuchó movimiento afuera de la tienda. El puntero se asomó y vio que los soldados ya estaban saliendo del banco, como todas las mañanas, para iniciar su recorrido por las calles de Culiacán.

 

Salió corriendo y se trepó a su moto. Esperaron a que el convoy de soldados pasara frente al parque para echar a andar las motos y empezar a seguirlos, a muy corta distancia, tanta que no faltaba el ciudadano que al verlos pasar exclamara sorprendido: ¡qué pinche descaro!

 

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