Sinaloa.– Lo que deberían ser espacios para jugar, aprender y convivir, hoy son campos minados por el miedo. En menos de 24 horas, dos hechos violentos marcaron con sangre el mapa deportivo del estado.
En Angostura, la mañana de este martes, José María “I”, de 46 años, fue encontrado ejecutado con un tiro en la nuca dentro del estadio de futbol de La Reforma. El cuerpo yacía tendido en la cancha donde, días antes, probablemente rodaba un balón. Hoy, solo quedó la cinta amarilla delimitando una escena del crimen, y una comunidad en shock.
Por otro lado, en Culiacán, el terror se colaba en otra cancha. Durante la tarde del lunes 2 de junio, una balacera entre civiles armados en la colonia El Ranchito obligó a un grupo de niños —jugadores de un equipo infantil— a tirarse pecho tierra, junto a sus padres y entrenadores, en la Unidad Deportiva Prados del Sur. Su práctica fue interrumpida por el estruendo de las ráfagas de fuego. La pelota quedó quieta. El miedo, no.
Ambos episodios muestran una verdad incómoda: la violencia no respeta edades ni espacios. Niños que deberían preocuparse por patear bien un balón, hoy aprenden a cubrirse del fuego cruzado. Familias que buscan esparcimiento, hoy huyen por instinto. Deportistas que entrenan, hoy rezan por volver a casa.
Las autoridades, como es costumbre, llegaron tarde y dijeron poco. En el caso de Angostura, la Fiscalía General del Estado ya inició las investigaciones. En Culiacán, la misma fiscalía investigará por el abatimiento de dos hombres que quedaron tirados tras el enfrentamiento que obligó a niños y adultos a tirarse al suelo en la cancha de futbol, para resguardarse.
Las canchas de Sinaloa están perdiendo su esencia. De terrenos de juego, se transforman en escenarios de crimen y refugios improvisados ante el miedo. La pregunta que queda en el aire es simple, pero urgente:
¿Cuántas canchas más deben mancharse para que la paz vuelva a jugar en el mismo equipo que la niñez?