Por la forma en que fue encontrado, abandonado en un camino de terracería, sin más compañía que su chaleco táctico y su indumentaria de matón, nadie dudó que a José Noriel Portillo Gil, alias El Chueco, le ajustaron todas las cuentas que tenían que ajustarle tras haber elevado la atención mediática en la sierra de Chihuahua que controla el Cartel de Sinaloa. Por meses este joven sicario considerado uno de los más sanguinarios de la sierra fue perseguido por el gobierno federal y el chihuahuense por el asesinato de los dos sacerdotes jesuitas y un turista que se encontraban en una comunidad de la sierra Tarahumara. Este crimen cimbró no sólo a la Iglesia que salió a exigir justicia sino también presionó a la administración de López Obrador para entregar resultados. Entre que nadie consiguió hacer justicia, fue el crimen organizado el responsable de cerrar el caso al matar a El Chueco, un evidente cartucho quemado para la organización criminal.
Por Santiago Rentería.
Desde el 20 de junio de 2022 en que José Noriel Portillo entró a una parroquia de la remota comunidad de Cerocahui, en el municipio de Urique, Chihuahua, su destino estaba marcado.
No pasó ni siquiera un año del artero asesinato de los dos sacerdotes jesuitas y del guía de turistas local, cuando la misma organización para la que ya se había vuelto un dolor de cabeza decidió eliminarlo y arrojar su cuerpo en las afueras de la comunidad de Picachos, municipio de Choix, donde hace meses fue detenido Rafael Caro Quintero.
El Chueco llevó una vida delictiva exaltada en la zona de la Sierra Tarahumara de Chihuahua, gracias a su violenta forma de operar, escaló muy rápido hasta convertirse a sus 30 años en uno de los líderes de la región que operaba para el Cártel de Sinaloa, de la mano del grupo conocido como Los Salazar.
Los Salazar, de manera histórica, han operado en Sonora y en regiones limítrofes con Chihuahua, de ahí que el año pasado en que estalló el escándalo por los crímenes en Cerocahui, Noriel Gil se colocó en el reflector mediático internacional, cuyas voces desde las áreas sociales y religiosas exigían castigo.
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De acuerdo con las primeras investigaciones de la Fiscalía de Chihuahua y Sinaloa, El Chueco no sólo se escondía en esa zona serrana de Sinaloa, también estaba en este territorio debido a que hubo una reunión entre los líderes de Los Salazar, que buscaban poner un alto a las trapacerías de José Noriel.
Al interior de la mafia, más allá del sentido de justicia, lo que le impactó fue en sus finanzas, pues tras los asesinatos de Cerocahui, las autoridades federales y chihuahuenses comenzaron a realizar operativos en la región de la Tarahumara y enviaron más tropas para cercar las operaciones de El Chueco, lo que generó en inmovilización para continuar con las extorsiones, la siembra y trasiego de drogas, y la actividad criminal en general.
Todo esto se conjugó para que los días de José Noriel fueran contados. Todo fue cuestión de tiempo. Su cuerpo fue encontrado el pasado sábado 18 de marzo a la orilla de un camino de la sindicatura de Picachos. Llevaba puesto su indumentaria de sicario, como la pechera; cuando fue localizado, ya llevaba horas muerto, desde que lo vieron, sus características físicas encajaban con la fotografía del cartel de “Se busca” que le dio la vuelta al país, con la leyenda de que se ofrecían cinco millones de pesos de recompensa por su cabeza.
En cambio, con su muerte, el crimen organizado cerró el caso de los sacerdotes y el guía de turista muertos de manera violenta, Los Salazar regresan al negocio en la sierra y la recompensa se queda nada más en una oferta que nadie cobrará. Al menos de manera oficial hasta ahora.
La carrera chueca
José Noriel Portillo Gil nació un 12 de mayo de 1992, es decir, dentro de poco más de un mes, cumpliría 31 años. Parte de la leyenda narca que se conoció de él cuando ocurrieron los hechos de Cerocahui es que desde los quince años comenzó a matar gente y a escalar dentro del grupo delictivo del Cártel de Sinaloa.

El 20 de junio de 2022, testigos de la comunidad de Cerocahui vieron cómo perseguía al guía de turistas Pedro Palma. El relato señala que primero lo golpeó y al momento en que Palma escapó corriendo, fue perseguido por El Chueco por las calles de la población.
En un intento de salvarse, Palma entró a la parroquia en donde se encontró con los sacerdotes Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar. Los curas quisieron interceder, pero El Chueco ya iba en un arrebato sicótico que lo llevó a perpetrar los asesinatos de los tres hombres al interior del templo.
Los pobladores declararían que José Noriel todavía se quedó alrededor de una hora en la iglesia, los cuerpos los sacaron y en un aparente acto de arrepentimiento, una vez que pasó la locura, intentó conseguir otro cura para confesarse.
Sin embargo, El Chueco ya estaba perdido desde hacía años, desde aquella adolescencia en que se perdió en los vericuetos de la violencia serrana, dominada por los señores del crimen organizado.
En 2017 fue la primera vez que se le acusó de un crimen importante, aunque al momento de ser encontrado asesinado en Choix ya sumaba cuatro órdenes de aprehensión, la primera que le libró un juez por el homicidio del ciudadano estadounidense Patrick Braxton Andrews, un maestro al que confundió con un agente de la Administración de Control de Drogas de los Estados Unidos.
Otro delito por el cual buscaban a El Chueco era por el secuestro y la muerte del activista Cruz Soto Caraveo, ocurrida el 13 de octubre de 2019. Una semana después del rapto, el cuerpo del activista fue abandonado en un camino de la Tarahumara.
Las vidas de El Chueco
El Chueco ya había sido reportado como muerto supuestamente después de un enfrentamiento ocurrido en abril de 2017, en el tiempo del asesinato del gringo, durante una fiesta de 15 años en la cual un grupo de sujetos armados disparó contra varios de los asistentes.
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Posteriormente, el 12 de abril de 2017, agentes de la Fiscalía de Distrito Zona Occidente, dependiente de Chihuahua, encontraron los cuerpos de cinco jóvenes de entre 21 y 25 años de edad, en los límites de la comunidad de Moris en Sonora.
En esa ocasión, había sido identificado el cadáver de José Noriel, pero semanas después, habitantes de la comunidad de Urique, en Chihuahua, lo reportaron con vida. En ese municipio perdido de la geografía chihuahuense la gente le temía.
Parte de las historias que se contaron de El Chueco es que cada vez que lo veían beber alcohol con sus esbirros, los habitantes optaban por encerrarse de candados adentro, porque sabían que José Noriel enloquecía al grado de matar sin motivo.
De hecho, se dijo que al guía de turista Pedro Palma lo mató porque no lo saludó con cortesía cuando paseaba por Cerocahui. Por eso, los ciudadanos se escondían de la rabia de El Chueco cada vez que agarraba la parranda, porque, además -se contó- gustaba de raptar a jóvenes y abusar sexualmente de ellas, pero ese imperio del terror que el joven matón había impuesto se le terminó el 18 de marzo, cuando sus jefes decidieron que ya era un cartucho quemado que le había costado mucho dinero en esa sierra que siguen controlando.