El cártel chilango y sus alianzas con Sinaloa
jueves, 4 de marzo de 2021
El cártel chilango y sus alianzas con Sinaloa
 

 

 

Por Redacción De Primera Noticias

 

 

 

Unos días antes de ser abatido por la Marina Armada de México en los condominios Altitude en Cuernavaca, Morelos, Arturo Beltrán Leyva se reunió en una residencia de la colonia Jardines del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, con un personaje hasta entonces poco conocido: Juan Juárez Orozco, un hombre de entre 40 y 45 años de edad, nacido en el corazón del Barrio Bravo de Tepito, a quien le llamaban El Abuelo a causa de su cabello canoso.

 

 

Durante esa reunión, entre el whisky, la cocaína y el tabaco, El Barbas comenzó a hablar de Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, con quien ya estaba distanciado y que pretendía incursionar en el mercado de las drogas en la capital del país porque estaba acorralado por las huestes de lo Beltrán Leyva y tampoco era capaz de controlar ninguna ruta de trasiego de drogas hacia la frontera norte.

 

 

“¿A poco vas a dejar que La Barbie se meta a tu barrio?”, le preguntó El Barbas, azuzando el orgullo tepiteño de su compadre, quien guardó silencio un momento, le dio un trago a su vaso de whisky y finalmente respondió: “Con la gente unida, me chingo a la muñequita”.

 

 

En el momento en que ocurrió esa reunión, finales de 2009, nada se escribía en la prensa sobre El Abuelo, sin embargo, de acuerdo con el periodista Antonio Nieto, autor del libro El Cártel Chilango, un expediente judicial de la Corte del Distrito Este de Nueva York, alimentado por informes de la DEA, lo colocaba como “un pez gordo de la cocaína” que ya había transportado a Estados Unidos al menos 35 toneladas del polvo blanco para los Beltrán Leyva y para Ismael “El Mayo” Zambada.

 

 

“Con ese volumen de tráfico sorprende cómo este hombre fue capaz de mantener un perfil tan bajo. Es el chilango que más droga ha metido a Estados Unidos y lo hizo sin pertenecer estrictamente a ningún cártel. Había llegado la hora de formar uno”, señala Antonio Nieto.

 

 

Hasta entonces, la droga que alimentaba a ese potencial mercado de más de 20 millones de habitantes, donde el 10.3% de éstos ha probado alguna droga ilegal de acuerdo con la Encuesta Nacional de Adicciones de la CONADIT, era distribuida por clanes familiares o bandas con puntos de venta concretos.

 

 

La familia Fortis, la familia Villafán, los hermanos Magaña o la señora Delia Buendía, conocida como “Ma Baker”, que junto con sus dos hijas y su yerno marcaron un hito en la historia del narcomenudeo en la capital del país, eran algunos de los clanes familiares que, desde las vecindades de Tepito o la colonia Guerrero saciaban el apetito de los consumidores chilangos.

 

 

El Abuelo creció en la calle de República de Belice, a unas cuadras del Zócalo, donde se inició como uno de tantos comerciantes del centro que venden productos chinos de todo tipo: ropa, calzado, utensilios de cocina, bisutería, etc. Con el dinero que amasó como comerciante, señala Nieto, compró un par de lanchas rápidas que usó en las costas del Pacífico sur para empezar a mover droga enviada por el Cártel del Norte del Valle.

 

 

Fue así como El Abuelo comenzó a hacerse de bienes inmuebles en Cancún, el estado de Morelos y la capital del país, lugares donde incursionó en el negocio de los gimnasios. Para 2010, El Abuelo movía ocho toneladas de cocaína al mes, parte de la cual se quedaba en Tepito, adonde sus aliados llegaban para surtirse y luego distribuirla en otros sectores de la ciudad y del Estado de México.

 

 

Cuando Arturo Beltrán Leyva y El Abuelo se reunieron en Jardines del Pedregal, La Barbie estaba planeando incursionar en el barrio bravo, unificar a todos los clanes familiares para convertirse en “el padrino” de las drogas en la capital del país. Sin embargo, el respeto que estos mismos clanes sentían hacia El Abuelo, con quien habían hecho negocios desde siempre, dividió a las familias.

 

 

El Barbas no vio concretado su proyecto de unir a los clanes para evitar la incursión de La Barbie, pues el 16 de diciembre de 2009, en un operativo de La Marina, fue abatido junto con integrantes de su círculo cercano en un condominio de Cuernavaca. De acuerdo con el propio Édgar Valdez Villarreal, durante el enfrentamiento, El Barbas le llamó para pedirle refuerzos. Sin embargo, La Barbie le recomendó que mejor se entregara, a lo que Beltrán Leyva habría respondido que prefería morirse.

 

 

Meses más tarde, el 18 de mayo de 2010, La Barbie tuvo su primera reunión con los clanes familiares de Tepito en una vecindad de la calle Hojalateros. No llegó solo. Varios autobuses con sicarios discretamente armados arribaron al barrio, se estacionaron en el Eje 1 Norte y se apostaron en las esquinas del sector.

 

 

Policías del C5 de la Ciudad de México vieron el despliegue a través de las cámaras de vigilancia y se ordenó a los policías auxiliares en calle que se acercaran a la zona para intentar averiguar quiénes eran esos sujetos con gorras que permanecían de pie, en las banquetas, sin moverse.

 

 

Seis horas después de que llegaron los autobuses, los hombres recibieron la orden de regresar a las unidades y se retiraron del lugar. Pronto se supo lo que había ocurrido: esa tarde de mayo de 2010, cuatro meses antes de ser detenido, Édgar Valdez Villarreal se había reunido con líderes de 20 familias dedicadas al narcomenudeo y habían llegado a un pacto para formar una organización criminal que los conformara a todos para controlar el negocio de la droga y del cobro de piso a empresarios.

 

 

Adentro de dichas vecindades generalmente resguardaban cargamentos de aparatos electrónicos robados, joyas, animales exóticos, botellas de alcohol fino y, por supuesto, paquetes con cocaína o marihuana. Además, los departamentos que alguna vez alojaron a los capos durante su infancia, ahora eran oficinas con conductos secretos para conectarlas con otras viviendas. Algunas estaban equipadas como salas de juntas similares a las de cualquier empresa de medio pelo para arriba. Tenían largos sillones de cuero, mesas de caoba, pantallas de televisión, cocina y cantina con las bebidas más lujosas”, señala el periodista citando  a un comandante de la Policía Judicial que conocía bien esos rincones.

 

 

En dicha reunión, en la que hubo varios recesos en los que los presentes aprovechaban para comer y beber, se llegó a un pacto para unir a las bandas de Tepito bajo el padrinazgo de La Barbie, quien les surtiría de cocaína y anfetaminas importadas desde Sudamérica vía el puerto de Acapulco a un precio de 180 mil pesos por kilo. Valdez Villarreal también prometió proteger a las familias usando sus contactos en las desaparecidas Procuraduría General de la República (PGR) y Policía Federal.

 

 

“Sin embargo, no todos estuvieron convencidos de que las riendas del indomable barrio quedaran en manos de un fuereño y la mayoría se alineó con El Abuelo. Más vale mano por conocido que bueno por conocer, dicen. Otros vieron a La Barbie como una oportunidad para crecer. Tener un proveedor fijo de droga y armamento, un padrino, aunque fuese ajeno a Tepito, podría hacerlos trepara en el árbol criminal chilango”, señala Nieto.

 

 

Esto provocó que se formaran dos facciones que, curiosamente, llevaron durante un tiempo el mismo nombre: La Unión. Sin embargo, a medida que la confrontación entre ambas escaló hasta convertirse en una guerra con decenas de muertos, y luego de que la zonas de operatividad de ambas quedaron más delimitadas por sectores de la ciudad, fueron bautizadas con distintos nombres: La Unión Tepito, bajo el liderazgo de El Abuelo, y La Unión Insurgentes, cuyos lideres giraban alrededor de La Barbie, aunque este ya no vio concretado su proyecto criminal pues en octubre de 2010 fue detenido en el Estado de México.

 

 

Antes de su aprehensión, logró formar a otro grupo criminal al sur de la Ciudad de México: La Mano con Ojos. Pero mientras esta banda criminal imponía su autoridad a base de descuartizamientos, masacres y secuestros de grupos contrarios, a la Unión Insurgentes no le iba tan bien, pues los grupos que seguían a El Abuelo lograron imponerse cuadra por cuadra.

 

 

Nieto también diferencia a los cabecillas de ambas organizaciones criminales por su estilo de vida. Mientras que La Unión Tepito estaba enraizada al barrio que la vio nacer, los cabecillas de La Unión Insurgentes emulaban más el estilo de La Barbie, eran asiduos a los antros VIP, se dejaban ver en restaurantes de lujo acompañados por modelos sudamericanas, se relacionaban con juniors  y se vestían con ropa de marcas caras.

 

 

La guerra entre ambos grupos tuvo su punto culminante en el famoso secuestro de 13 jóvenes en el bar Heaven, en la zona rosa, que presuntamente se trató de un acto de venganza de los Insurgentes hacia los tepiteños por el homicidio de un narcomenudista que intentó vender mercancía en el bar Black, en la Condesa, que “pertenecía” a estos últimos.

 

 

Durante más de una década ninguna autoridad se atrevió a aceptar que La Unión era un cártel. La calificaban de pandilla, mientras traficaban cocaína y marihuana a EUA con independencia de cualquier otro grupo criminal. Fue hasta enero de 2020 cuando la recién nombrada fiscal de CDMX, Ernestina Godoy, admitió por primera vez que se enfrentaban a un cártel de las drogas y que la estrategia de ocultarlo había fracasado.

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