Ciudadanía y pueblo son ramas del mismo árbol. El sentido de estas dos palabras se utiliza políticamente para diluir responsabilidades gubernamentales; termina siempre en la ambigüedad y la referencia lo abarca todo, sin especificar nada.
El ciudadano se convierte en pueblo sólo en el discurso político. Por su parte el individuo dentro de la sociedad se trasforma en la sustancia que dictan las masas; durante los acontecimientos de violencia que han desatado en la entidad quienes gobiernan este estado y la clara colusión de autoridades de todos los niveles con el cártel local, el individuo en una sociedad como la sinaloense prácticamente no existe y se actúa mediante la formula del rebaño.
El individuo despojado de rostro y personalidad, se mimetiza entre los grupos que mantienen a Sinaloa en un hecho de barbarie sin paralelo, a pesar de que el narcotráfico tiene raíces históricas de más de 50 años en Sinaloa, jamás había mostrado su verdadero rostro de manera clara y contundente, el individuo se busca fortalecer en un grito de repudio y auxilio por lo sucedido durante estos 214 días, pero se mimetiza y diluye entre la arrogancia, carencia de moral y desdén de los políticos y funcionarios públicos y, la metralla, muerte, terror y salvajismo atroz de los actualmente en disputa.
Ya sea actuando como rebaño o individualmente, el pueblo o ciudadanía en Sinaloa carga el peso de la conciencia. Los ríos de dinero que ha dejado el narcotráfico a lo largo de más de medio siglo en la entidad ha moldeado el actuar, sentir y la conducta de la población, todo esto permitido por todo tipo de autoridades y en muchos de los casos, son estas las que promueven y alimentan el modo de vida de los narcotraficantes: “todos tenemos un pariente narco”, señaló el exgobernador Jesús Aguilar Padilla; “de alguna manera nos tenemos que coordinar con el narco”, advirtió Rocha Moya en su campaña; “los delincuentes también son seres humanos, y hay que cuidarlos”, sentenció López Obrador siendo presidente del país.
Esos ríos que fluyen desde las montañas salvajes de la venta y trasiego de drogas y que bañan todos los campos sedientos de la economía formal han tenido sus puntos de origen frente a todos y de conocimiento popular. Las empresas que se han levantado con el lavado de capitales provenientes del narco han convertido a Sinaloa y sus empresarios en las ciudades modernas que hoy vemos.
Inseparable se nos presenta el triángulo de la abundancia de tan súbita riqueza: políticos, narcos y sociedad. Rehenes de nuestras propias ambiciones hoy los fraccionamientos llenos de caseríos lujosos y muchos otros que rayan en lo extravagante, se encuentran, algunos de ellos, devorados por las llamas y mutilados por los proyectiles de metralla, lo mismo para restaurantes, locales y una diversidad de negocios.
Dueños y trabajadores de este tipo de economía, señalados en cartulinas y videos del terror de pertenecer a uno de los tres bandos: mayos, chapos y gobierno. Estos tres grupos se disputan a muerte cada pedazo de tierra en la sierra, en las rancherías, en las calles; se disputan las lealtades empresariales para apoyar sus cruzadas en contra de los otros, se disputan las conciencias de sí mismos en boletines de terror y muerte informando de la cruente guerra en sociedad.
Estos tres grupos, que conforman parte de la sociedad o el pueblo, su odio y rencor exacerbado se ha convertido en una guerra que lleva más de siete meses y que ha costado mil 143 personas asesinadas, mil 310 ciudadanos desaparecidos y más de cuatro mil vehículos han sido robados, las pérdidas económicas señalan más de 30 mil millones de pesos, 20 mil personas han perdido el empleo, debido al odio mortal que profesan, pero un año atrás los tres grupos que hoy se odian compartían el pan y la fruta y, se sentaban en la misma mesa a gobernar Sinaloa.