¿Cómo convive la gente en Sinaloa con los narcos? Por un lado, el crimen organizado en la entidad se ha ganado una imagen cruel, pero otro lado es visto como benefactor y protector, dos imágenes que conviven. A la par que los capos se forjan una trayectoria de sangre, intentan mitigar su huella ofreciendo regalos a su base social para perpetuar la impunidad y la injusticia. Esta es la construcción social de un narco “que ayuda a la gente”.
Por Santiago Rentería.
Desde hace años, cada Navidad, en la sindicatura de El Salado arribaban tráileres repletos de electrodomésticos y de juguetes para los habitantes que desde la década de los ochenta vieron cómo empezó a crecer el imperio de Ismael El Mayo Zambada, el único líder del Cártel de Sinaloa que nunca ha pisado la cárcel. Mandaba organizar posadas, enviaba dinero y hasta a los policías de la localidad les hacía sus carnes asadas.
Entonces El Mayo era un hombre de bajo perfil que se destacaba “por ayudar a los suyos”, a su gente, esa misma que ayer y hoy integran una fuerte base social que colabora en proteger desde sus raíces al narco.
En la sierra de Badiraguato, en los mejores tiempos de Joaquín Guzmán Loera, cuando era un capo que no andaba a salto de mata, también muchas comunidades recibían su recompensa. El gesto era, según el discurso de predicar con humildad, la manera que tenía el capo de recordar que había sido un niño pobre, uno que vendía naranjas y ayudaba a su madre a criar puercos para la vendimia.
Pero la figura que se quiere proyectar, la del narco benefactor y protector, no permanece en el pasado, sino sigue presente incluso hoy, con El Chapo sentenciado a cadena perpetua en una prisión de máxima seguridad de Colorado, Estados Unidos.
La última vez que cientos de habitantes de Culiacán recibieron algo de parte de Joaquín (aunque fuera promovido por sus hijos y su familia) fue apenas el año pasado, luego de que azotó la tormenta tropical E-19 en septiembre en la zona centro de Sinaloa, dejando cientos de damnificados. Coincidió justo con el inicio de su juicio en la Corte Federal de Nueva York, el cual arrancaría en noviembre.
Ante la incapacidad del Gobierno por entregar apoyos, incluso desvirtuada con el escándalo de los colchones podridos, decenas de hombres a bordo de camiones empezaron a repartir colchones en buen estado para las personas que sufrieron los estragos del fenómeno climático. A los colchones los acompañaban parrillas eléctricas y otros enseres que los afectados recibieron con emoción, acaso con consuelo después de sufrir la estafa del “colchongate”
Pero estos “apoyos” no eran anónimos, tenían dedicatoria: JGL, las siglas del afamado líder del Cartel de Sinaloa, que les decía que aún en prisión, no se olvidaba de “su gente”.
Videos en redes sociales dieron cuenta de las personas repartiendo enseres en la sindicatura de Eldorado, en Navolato, Angostura y otros puntos de Culiacán. Fotos y videos de un camión cargado con parrillas eléctricas y colchones llevados a la comunidad de La Platanera, Navolato, que sufrió daños por las lluvias torrenciales.
“Los plebes de La Platanera damnificados de las pasadas lluvias y que fueron apoyados con Colchones Viejos y llenos de Cucarachas por @SEDESOLSin no fueron olvidados por Don Joaquín. “Loera y lo sigue siendo…”, escribió un usuario de Facebook.
Las redes sociales, el escaparate perfecto
Las redes sociales han sido la herramienta perfecta para esparcir esta cara del narco en Sinaloa, ese narco que no solo sitia y mantiene asolada a una ciudad o secuestradas a comunidades enteras, sino que también se da a los suyos.
En septiembre de 2017, tras el sismo que azotó en varios estados, desde Ciudad de México, Puebla y Oaxaca, también salió a relucir esta solidaridad inusitada en las filas del Cártel de Sinaloa, que incluso organizó brigadas para enviar víveres a los damnificados por el terremoto.
En una cuenta —nunca verificada— a nombre de Iván Archivaldo Guzmán, el hijo mayor del Chapo se presumió que la organización repartió un millón de pesos para ayudar a los afectados por el temblor del 19 de septiembre.
En esos días, Emma Coronel, la esposa del capo también popular por hacer grandes fiestas infantiles e invitar al mayor número de personas, puso en un mensaje que se viralizó viña whatsaap.
“Todos somos México, amigos y amigas, conocidos o los que se quieran unir en la ayuda a los afectados en la Ciudad de México, yo en especial estoy juntando dinero en una cuenta de unas personas en México que en la tarde con lo recaudado irán directo a comprar las cosas más importantes, medicinas, agua para los niños, son los que más me parten el alma”, se leyó.
Pero no nada más los Guzmán hacen gala de esta imagen de benefactores. Cada año, cuando se encontraba en libertad, Orso Iván Gastélum Cruz, El Cholo Iván, jefe de sicarios del Chapo, regalaba bolsas de dulces y juguetes a los niños en Guamúchil y Mocorito, su zona de influencia criminal. En los días decembrinos podía verse a hombres montados en camioneta que recorrían los pueblos de estos dos municipios regalando como Santa Claus campirano.
Las “chapomarchas” o la cohesión social
Una de las muestras más claras de esa base social con la que se sostiene la “popularidad” del narco en Sinaloa fueron las llamadas “chapomarchas” organizadas en marzo de 2014 luego del arresto del capo en Mazatlán. Aunque no era la primera vez que sacaban a sus bases, por primera vez a nivel nacional se criticó este sentido de pertenencia a ese intento de “Estado paralelo” que pretende el crimen organizado.
Desde 2008, tras el asesinato de Edgar Guzmán en la guerra contra los Beltrán Leyva se han registrado al menos cuatro manifestaciones públicas, en apoyo a la familia Guzmán. La manifestación más grande fue cuando las calles de Culiacán fueron inundadas por más de dos mil personas exigiendo la liberación de El Chapo, protestas montadas que terminaron siendo reprimidas por el Gobierno de Mario López Valdez.
En aquella ocasión, la gente salió vestida de blanco y marchó desde la Lomita por toda la avenida Álvaro Obregón hasta la Catedral. La gente exigía que el líder fuese juzgado en México y no Estados Unidos por sus crímenes, y no pocos salieron a gritar que El Chapo ayudaba más a la gente que el propio Gobierno.
Las “chapomarchas” dieron la vuelta al mundo: había grupos de banda animando el trayecto de hombres con el rostro cubierto. Por más inverosímil que parezca: Guzmán demostraba fuerza, o al menos allí en las calles de Culiacán, del estado cuna del narcotráfico, que lo vio nacer.
Las personas recorrieron de cuatro a cinco kilómetros a pie portando cartulinas que decían: “Queremos libre al Chapo”, decía una manta. “El pueblo no está conforme con la extradición. No lo permitimos. Exigimos que no proceda. Al Chapo se le quiere más que a cualquier mandatario”.
En la marcha había desde niños hasta ancianos, y aunque la invitación se hizo en redes sociales, y mucha gente tenía la suspicacia de que el mismo cártel repartió dinero para que se presentaran sus vecinos a marchar. La convocatoria se hizo también a través de mensajes que convocaban a asistir.
“Por favor asistir de blanco, el motivo de la marcha es exigir la liberación del Chapo y héroe de Sinaloa”. La ciudad de Culiacán, de casi un millón de personas recibió esta multitudinaria marcha por sus calles, había hombres en camionetas de lujo escoltando el trayecto hasta el Palacio Municipal. Los equipos de sonido, dirigiendo el trayecto contrastaban con el ruido de la música de viento que entonaba desde corridos, hasta música marcial.
Ante el respaldo social en la segunda “chapomarcha”, la presión de la administración de Enrique Peña Nieto llevó a Malova a ordenar a la policía ministerial usar la violencia. Ese día hubo al menos una decena de detenidos, la policía echó gases lacrimógenos para disuadir la protesta y dos periodistas que grababan los hechos fueron golpeados.
Pero por más que se reprimió en aquella ocasión, el narco en Sinaloa sigue contando con una amplia base social, esa misma que sufrió en carne viva el escarnio de las armas el pasado jueves 17 de octubre. Esa misma que consume narcocorridos, desea una vida de riqueza y hasta puede sentir que formar parte del crimen organizado es tener un estatus social como ninguno.