La guerra encabezada por las células de pistoleros de “El Ruso” y “El Niní” en el norte de Culiacán, sobre todo en la sindicatura de Tepuche, ya ha dejado hondas secuelas en cientos de familias que tuvieron que dejar sus hogares para tratar de salvarse del fuego de una guerra que nunca pidieron, pero que ya está ahí, tocando a la puerta de su casa. Como siempre, las víctimas del desplazo desaparecen del discurso oficial de los gobiernos y sólo queda el eco de una cansada pena que lucha por volver al terruño de donde fueron expulsados por el resonar de las armas, que sólo buscan saciar la sangre
Por Santiago Rentería.
Casi 300 familias provenientes del norte de Culiacán, habitantes de las sindicaturas de Tepuche y Jesús María han abandonado sus hogares en medio del fuego cruzado instigado por la guerra sangrienta que mantiene enfrentados a los bandos del Cártel de Sinaloa liderados por un lado por El Ruso, jefe de pistolero de Ismael El Mayo Zambada y por El Nini, a su vez jefe de seguridad de los hijos de Joaquín Guzmán Loera.
Como hormigas y a como han podido, los habitantes de varios poblados emprendieron el éxodo, cargando con los niños y adolescentes para instalarse a duras penas en la capital del estado, invisibles ante un gobierno de Quirino Ordaz Coppel, más preocupado en la frivolidad de echar a andar un estadio que le ha costado, al momento, más de 700 millones de pesos a los sinaloenses, y sin detenerse a diseñar un cambio de estrategia ante la inseguridad y la ola de contagios de Covid-19.
En medio de estos despropósitos, el alcalde de Culiacán, Jesús Estrada Ferreiro, ha salido a decir que buscará ayudar a las familias que hoy en día han llegado a Culiacán, pero que, de ningún modo, le compete resolver el problema de la violencia, ya que para eso está el Ejército y la Guardia Nacional.
El desplazamiento forzado por la violencia se trata de un fenómeno que golpea por lo regular a personas en estado de vulnerabilidad, y quienes quedan atrapadas en medio de un conflicto. Este fenómeno no es reconocido por el Estado mexicano, y ni si quiera existe en una Ley General, mucho menos local en Sinaloa, una entidad que desde hace décadas ha padecido este flagelo, y que termina por perpetuar la impunidad.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió en 2017 una Recomendación General al gobierno de Sinaloa, así como a los ayuntamientos de Choix y Sinaloa de Leyva, por las graves omisiones en las que incurrieron desde el 2013 en que miles de desplazados por la violencia abandonaron pueblos enteros en la zona serrana.
Y es que la persona desplazada padece el golpe patrimonial, laboral y emocional al dejar todo atrás para emprender el camino del éxodo.
SALIR DEL INFIERNO
El lunes 6 de julio, varias familias desplazadas de Tepuche, sobre todo de la localidad de Bagrecitos, la cual recibió la embestida más brutal de parte del clan de Los Chapitos, acudieron al Ayuntamiento de Culiacán para tratar de gestionar un apoyo de la administración de Estrada Ferreiro.
Ahí fueron recibidos por varios funcionarios, entre ellos el director del Instituto Municipal de la Juventud, Alonso Ramírez. El encuentro terminó más en una plática de planes a futuro, que, de apoyos de verdad para sostener una vida en la ciudad, luego de dejar aquellas rancherías ahora tomadas por los grupos armados.
Fue ahí donde algunas mujeres contaron sus experiencias de aquel día sangriento, en que la furia de traqueteo de los fusiles de asalto, segaron la vida de ocho campesinos de Los Bagrecitos, quienes, a decir de la gente del pueblo, eran personas trabajadoras y no delincuentes que tuvieran “vela en el entierro” del pleito con El Ruso.
“A mí me dijeron que ya venían, me fui a la casa y ahí tenían a mi hijo encañonado, preguntando si sabíamos de la persona a la que buscaban”, contó una de las mujeres presentes, cuyo nombre fue omitido.
En los ojos de estas mujeres de campo, hay algo que se escabulle en la mirada ante la presencia de los reporteros de los medios. Hablan poco y en planos generales, sin dar detalles.
?“¿Nosotros qué íbamos a saber? Les dije que dejaran a mi hijo, a mí me pedían que me metiera a la casa, pero no iba a dejar a mi hijo ahí con ellos, así que me esperé a que lo soltaran”.
Las imágenes vienen unas con otras: sujetos armados irrumpiendo en los domicilios, sacando a los hombres, despojándolos de sus celulares para que, según ellos, no pudieran comunicarse con la gente de El Ruso, por los que iban.
“Cuando soltó a mi hijo, le pedí que por favor me diera mi celular, ya que yo no tenía otra forma de comunicarme con mi familia. Pero no me hacía caso el hombre y por miedo me metí a la casa. Ya después de que se fueron vi que me había dejado el celular tirado, pero a otros sí les quitaron los celulares y los dejaron incomunicados. A mis vecinos, por ejemplo, yo no sé nada de ellos desde entonces”, relató.
Aquel día, todo empezó por la mañana. Las mujeres cuentan que fue poco antes de las nueve de la mañana cuando comenzaron a escuchar disparos, primero a lo lejos, y posteriormente las ráfagas avanzaron a Bagrecitos. Los habitantes ya sabían que el fuego amenazaba con llegar hasta su ranchería perdida en los vericuetos de Tepuche, pero no lo esperaban tan de repente.
“Algunos corrieron por las veredas, pero otros no alcanzaron”, sentencia otra de las mujeres. Los hombres armados asesinaron a mansalva, después se supo, a dos hombres que circulaban en sendas motocicletas. Ellos habían salido muy de mañana a darle agua al ganado.
Otros los sorprendieron brincando cercos, y ahí fueron abatidos. Por todo el pueblo cundió la alarma general, y fue cuando ya no la pensaron: tenían que alejarse lo más posible de aquel infierno de balas.
“En cuanto pudimos nos vinimos, allá dejamos todo”, soltó con tristeza la mujer, ahora convertida en una exiliada de una guerra que no pidió.
“He pasado algunos días asustada, soñando con el sonido de armas de alto calibre. Yo quisiera que volviera a ser un lugar tranquilo como antes, antes de que llegaran los malandrines. Los plebes podían andar en la tienda a cualquier hora dela noche y aparte podíamos andar por el rancho a gusto. Días antes yo ya no dejaba que salieran”, expuso.
PREGUNTABAN POR UN HOMBRE
Su nombre de pila aseguran no conocerlo. Su camioneta sí. También el estilo mafioso que maneja. El hombre nunca se da con nadie del pueblo. Lo veían pasar levantando polvadera.
“Sí sabíamos de levantones y asesinatos, pero eso no era en nuestro rancho, era más abajo de la sierra y pues nosotros no pensábamos que todo eso nos iba afectar nosotros, creíamos que mientras no nos metiéramos con nadie, vamos a estar bien”, lamenta.?
“Yo la verdad quiero regresarme, pero ahorita no podemos, sabemos que van a pasar meses hasta que se pueda volver a la casa. Yo quisiera ahorita trabajar, no tenemos dinero”, externa otra chica, quien dijo en la reunión que deseaba trabajar en Culiacán y sacar algún apoyo para sus estudios.
?La joven recuerda que eran varios hombres de 20 años aproximadamente, que preguntaban a ella y a su hermano menor por el paradero de El Señor.?
“Los malandrines no eran ningún conocido de nosotros y aparte qué íbamos a saber dónde iba a estar el señor que buscan. Lo hemos visto paseándose en su camioneta, pero no sabemos dónde anda”, refirió
En la capital del estado, ahora este grupo de mujeres viven arrinconadas en una casita de renta; no tienen para el transporte y la comida. El encuentro con los funcionarios del Ayuntamiento terminó con más promesas que certezas.
Se acercaron porque supieron que el alcalde Jesús Estrada Ferreiro prometió sacar apoyos y además aseguro que la Guardia Nacional se encargaría de escoltar cada tres días a las familias desplazadas a Bagrecitos, esto para que alimenten a su ganado y fueran por pertenencias.
Al final la violencia sigue, los pueblos siguen tomados por el miedo y la incertidumbre. Apenas el fin de semana anterior, el C4 de Culiacán recibió más de doce llamadas de pobladores de Aguacaliente de Los Monzón de la incursión de un grupo armado. Es la guerra que continúa dándole la espalda a la pandemia.