Chernóbil: el peor desastre nuclear de la historia
lunes, 1 de julio de 2019
Chernóbil: el peor desastre nuclear de la historia
 

 

Más de 60 mil muertos, miles de niños nacidos con deformaciones o que desarrollaron enfermedades mortales, millones de desplazados, ciudades abandonadas, un país en quiebra moral: el desastre de la planta nuclear de Chernóbil en 1986 estuvo a punto de provocar una catástrofe mundial por la nube radioactiva que se esparció por varios países. La OMS señala que actualmente hay miles de personas enfermas de cáncer producto de aquel acto de negligencia que ocurrió hace 33 años.

 

 

 

Por David Fuentes M.

 

 

 

La madrugada del 26 de abril de 1986 explotó el reactor 4 de la Central Nuclear Vladimir Ilich Lenin, mejor conocida como “Chernóbil”, liberando grandes cantidades de materiales radiactivos a la atmósfera que se esparcieron por 13 países, provocando la muerte de miles de seres humanos.

 

 

La Organización Mundial de la Salud señala que más de 9 mil personas fallecieron víctimas de algún tipo de cáncer provocado por su exposición a la radiación. Datos de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, en cambio, hablan de hasta 60 mil muertes registradas a lo largo de varios años.

 

 

Entre las víctimas sobresalen los llamados “niños de Chernóbil”, cuyas madres estuvieron expuestas a la radiación durante el embarazo, provocando que los bebés nacieran con malformaciones, discapacidades, que murieran poco después del nacimiento o desarrollaran distintos tipos enfermedades mortales o crónicas durante la infancia.

 

 

Recientemente, HBO lanzó una miniserie que se centra en los días posteriores a la explosión, abordando las malas decisiones tomadas por la burocracia soviética que retrasaron la evacuación de los habitantes de las comunidades cercanas a la planta nuclear y la manera en que la información de la catástrofe fue escondida para no afectar la imagen del gobierno de Gorbachov. 

 

 

La serie, que ya ha sido catalogada como una de las mejores de todos los tiempos, también relata las historias de los héroes anónimos que, sin importarles las consecuencias mortales, apagaron el incendio de la planta nuclear y enterraron el material tóxico liberado con la explosión, evitando que la mancha radioactiva se esparciera a más rincones del planeta.

 

 

 

La ciudad del futuro

 

 


La central nuclear comenzó a construirse a principios de los años setenta en un lugar ubicado en los limites entre Ucrania y Bielorrusia, entonces repúblicas adheridas a la Unión Soviética. La central había sido diseñada para convertirse en la planta nuclear más potente del mundo. Estaba conformada por cuatro reactores capaces de producir cada uno hasta 1,000 MW para alimentar de electricidad a decenas de ciudades. Sin embargo, la construcción se llevó a cabo apresuradamente, los reactores presentaban fallos en el diseño y se usaron materiales de baja calidad que no protegían contra la combustión y el fuego.

 

 

La construcción de la central nuclear y su posterior entrada en funciones propició la creación de una ciudad nueva, a dos kilómetros de distancia, diseñada para dar hogar a los trabajadores y sus familias. Prípiat fue una ciudad planeada que en su momento de esplendor llegó a contar con 50 mil habitantes. Había  escuelas, centros culturales, bibliotecas, cines, salas de conciertos, hospitales, guarderías y gimnasios distribuidos entre los cientos de edificios de departamentos entregados a los trabajadores de Chernóbil.

 

 

En 1986 la media de edad de la población era de 30 años. Se trataba de parejas jóvenes, que iban iniciando su vida matrimonial, sin hijos o con hijos pequeños. El slogan que recibía a los visitantes de Prípiat, La ciudad del futuro, hacía alusión no solo a que se trataba de una ciudad planeada sino a la edad de sus habitantes. 

 

 

Una de las imágenes más famosas de Pripiat posterior a la catástrofe nuclear es la del parque de diversiones con la rueda de la fortuna amarilla, los carros chocones y un carrusel. Esta feria estaba programada para ser abierta el 1 de mayo de 1986, seis días después de la tragedia, como parte de las celebraciones por el Día del Trabajo.

 

 

La noche de la explosión

 

 


Durante la madrugada de 26 de abril tuvo lugar una prueba de corte eléctrico en el reactor número 4. La potencia tenía que haber sido reducida como parte de un experimento para reducir costos pero se produjo un sobrecalentamiento del núcleo del reactor. El agua en el interior se vaporizó y se dividió en oxígeno e hidrógeno, lo que terminó provocando una explosión al entrar en contacto con el grafito incandescente. La fuerza de la explosión acabó por derrumbar una parte de la estructura de la central nuclear y provocó un fuerte incendio.

 

 

A la emergencia acudieron antes que nadie los bomberos de Prípiat. El desconocimiento sobre los peligros que corrían era tal que pensaron que con agua podían contener las llamas e incluso tocaron con sus manos los fragmentos de minerales que quedaron esparcidos por el suelo tras la explosión. Todos los bomberos que acudieron a ese primer llamado de emergencia murieron a las pocas semana o meses, con quemaduras en todo el cuerpo por la radioactividad, en medio de fuertes dolores que los médicos solo podían controlar con morfina.

 

 

Los efectos de la radioactividad en el cuerpo humano comienzan con una sensación de malestar general, dolores de cabeza, nauseas, vómitos, fiebre, hemorragias, infecciones por disminución de glóbulos blancos. Al principio la piel se enrojece con pequeñas manchas. Luego comienza a formarse una ampolla y los labios y la cara comienzan a hincharse. En una segunda etapa, engañosa, el paciente se siente mejor y la hinchazón se reduce. Sin embargo, a los pocos días la radioactividad ataca el organismo con todo su poder: ampollas por todo el cuerpo, enrojecimiento severo, las glándulas salivales ya no funcionan, la piel se empieza a pudrir y aparecen grandes llagas y dolores.

 

 

En un principio los funcionarios responsables de la central intentaron esconder la gravedad del problema. Midieron los niveles de radioactividad con el equipo disponible en la planta que tenía límites de 3,6 R/h. Esos dosímetros marcaban justamente esa cantidad. Los funcionarios señalaron que eso significaba que en realidad el accidente no se había salido de control. Sin embargo, cuando fueron usados otros dosímetros más potentes, se descubrió la verdadera magnitud del problema: los equipos marcaron hasta 30,000 R/h. Una dosis letal para el ser humano es de 100 R/h.

 

 

 

Adiós a la ciudad

 


36 horas después de la explosión, el gobierno soviético envió mil 200 autobuses para evacuar a toda la población de Prípiat y los pueblos ubicados en un radio de 30 kilómetros alrededor de la planta. Soldados irrumpían en los edificios de apartamentos para ordenarle a la población que tomara en una maleta algunas de sus pertenencias, cerraran bien la puerta de sus domicilios y subieran a los autobuses para una evacuación que duraría tres días.

 

 

Para ese momento, los gobiernos de Suecia y Alemania ya habían detectado la mancha radioactiva que los vientos habían conducido hasta sus países. En un principio se pensó que sus propias centrales nucleares habían tenido alguna falla. Sin embargo, tras comprobar que estas funcionaban correctamente y que el viento se desplazaba de este a oeste, empezaron a sospechar de los soviéticos. El gobierno de Estados Unidos, alertado del peligro, tomó fotos satelitales de las distintas plantas nucleares de la URSS, hasta que detectaron el derrumbe en la central de Chernóbil.

 

 

Solo entonces el gobierno encabezado por Gorbachov aceptó la magnitud del problema y organizó un Comité de Investigación encabezado por Valeri Legásov, quien acabaría suicidándose dos años después de la tragedia a causa de los sufrimientos provocados por la radioactividad en su cuerpo. Fue él quien diseñó las primeras estrategias para solucionar el problema.

 

 

Aunque en un principio se usaron robots (hay que recordar que se trata de los años 80) para arrojar el material radioactivo a un pozo para cubrirlo, esta idea quedó descartada luego de que estos se descomponían ante la radioactividad. La solución que se dio entonces fue usar a hombres (llamados biorobots) para que arrojaran el material usando palas y estando protegidos con una armadura de plomo.

 

 

Estos voluntarios fueron mineros, soldados, trabajadores de distintas ramas que conscientes del peligro que corrían aceptaron acometer la peligrosa tarea que les encomendaron. Se dice que participaron al menos 600 mil “liquidadores”, muchos de los cuales murieron al poco tiempo, mientras otros lograron sobrevivir aunque desarrollaron distintos tipos de cáncer.

 

 


No todos los liquidadores participaron en los trabajos directamente en la central. Hubo otros cientos de miles que tenían una tarea igual de compleja: abatir a todos los animales en un radio de 30 kilómetros a la redonda de Chernóbil. Durante este periodo fueron acribillados perros, gatos, lobos, ciervos, ganado: cualquier criatura viviente no humana fue sacrificada debido a que su pelaje podía albergar radioactividad susceptible de esparcirse a otras zonas.

 

 

Hubo gente que se resistió a dejar sus hogares. En Prípiat, por ejemplo, se habla de al menos una docena de personas que, incrédulas ante la amenaza de un enemigo que no se ve, dudaron del peligro. Lo mismo pasaba en casas de campo donde la gente tenía toda una vida viviendo junto a sus huertas y corrales. Todos murieron un par de semanas después de la explosión.

 

 

El sarcófago

 

 

La solución para impedir que la radioactividad se siguiera esparciendo por el aire fue la construcción de un gran sarcófago de acero. Este se terminó a finales de 1986. Se anunció que tendría una duración de entre 20 y 30 años. Con el paso del tiempo la estructura comenzó a agrietarse, por lo que a partir de 1998 se empezaron a destinar fondos internacionales para la construcción de otro sarcófago más resistente.

 

 

En 2016, tres décadas después de la tragedia, se inauguró la nueva estructura en forma de arco y 110 metros de altura. Su costo fue de mil 500 millones de euros financiados por el Banco Europeo y la colaboración de 28 países. Se estima que tendrá una duración de 100 años. Antes de que concluya ese tiempo, la humanidad tendrá que construir algo más resistente y seguro: los materiales radioactivos que se encuentran debajo del sarcófago no dejarán de ser peligrosos en los próximos 300 mil años.

 

 

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