Una escuelita contra la hipocresía y el estigma narco
sábado, 6 de marzo de 2021
Una escuelita contra la hipocresía y el estigma narco
 

 

La Escuela Temporal Ampliación Bicentenario abrió sus puertas a casi una centena de niños y niñas el lunes 2 de noviembre de 2020, ante las grandes necesidades que viven debido a que donde viven es un asentamiento irregular invadido a un lado del relleno sanitario de Culiacán. Lo más que llamó la atención entonces es que el plantel –en realidad una techumbre con algunas mesitas y sillas, teles y pizarrones– fuera patrocinado por supuestos enviados de los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán, lo que provocó la viralidad de la noticia, comentarios a favor y en contra, por lo que la SEPyC y gobierno se montaron en una agenda hoy olvidada: el lugar lucha por sobrevivir entre carencias, la hipocresía oficial y el estigma del narco.

 

Por Santiago Rentería

 

Cuando inició operaciones en noviembre de 2020, un vendaval de críticas se dejó caer sobre la escuelita, sobre todo de miles de personas en redes sociales que fustigaron a las mujeres convertidas en maestras por necesidad –y que trabajan de pepenadoras en el relleno sanitario– por aceptar los apoyos de emisarios de Los Chapitos, quienes aportaron recursos materiales para habilitar la escuela.

 

Pero ahora, casi cuatro meses después, la llamada Escuela Temporal Ampliación Bicentenario se encuentra en una dura crisis que le hace cerrar a ratos, mientras las encargadas salen a buscar un apoyo que no llega de la sociedad que reprueba, de un gobierno municipal y estatal que solamente promete, pero no cumple.

 

A los días de la apertura de este plantel, construido apenas con una techumbre, piso de tierra, butacas y mesas, con un baño de block y dos televisiones y pizarrones, se apersonó el Secretario de Educación Pública y Cultura, Juan Alfonso Mejía López, quien llevó útiles y la ampliación del tejabán. No más. Ni un programa de largo alcance para los niños.

 

Fueron Esmeralda Quiñones y sus hermanas, Adilene y Fanny, quienes junto con otras dos mujeres pepenadoras, se mantuvieron firmes para que los niños no perdieran sus clases virtuales. Sin embargo, la escuelita pareció perderse, con el transcurso de los meses, en la hipocresía oficial de las autoridades educativas que no han vuelto a atender las necesidades de estos niños en situación de vulnerabilidad y, sobre todo, que luchan contra el pesado estigma del narcotráfico.

 

“No es escuela de los Guzmán, ellos apoyaron, pero se trata de querer darles mejores oportunidades de estudio a estos niños que sus padres trabajan en el basurón”, defiende Esmeralda, quien, a duras penas, dice, logra sostener el plantel.

 

CRÓNICA DE UN DÍA


Es la hora de salida: las 12 del mediodía de una entresemana cualquiera. Un grupo de niños juega y corretea bajo el tejabán de lámina galvanizada que alberga a la escuela.

 

Esmeralda comenta que ellos ni si quiera saben que en estos días es complicado mantener la apertura del lugar, puesto que no guardan recursos para el agua de garrafón, papel de baño, hojas blancas, cartuchos de impresora, megas de internet… Todo eso cuesta.

 

La escuelita está el asentamiento denominado Ampliación Bicentenario, una de las colonias más pobres de la capital del estado que no cuenta con cableado de luz eléctrica, menos fibra óptica para instalar internet. ¿Drenaje? Imposible: todo es fosa séptica acá.

 

El plantel no sólo lucha contra las carencias y la precariedad, también lo hace contra el estigma del narco, lucha por sobrevivir entre la falta de empatía de las autoridades educativas y la sociedad.


 

En enero pasado, los activistas Heb Martínez y Vivian Santana hicieron el acompañamiento para conseguir recursos y apoyos, pero se trata de decenas de niños y cuatro maestras que cada mes, requieren de nuevos insumos.

 

Esmeralda Quiñones, quien se ha erigido como maestra en el recinto educativo, señala que en ocasiones ha estado a punto de cerrar la escuelita debido a la falta de apoyo sostenido para pagar internet y la alimentación de alrededor de 90 niños y niñas que acuden de lunes a viernes al sitio a tomar sus clases virtuales.

 

“A nosotros nos gustaría que no señalen a estos niños, que si porque los Guzmán apoyaron sí, pero aquí se busca cambiar la situación de todos estos niños, que estudien, y que logren superar las desigualdades”, comenta Esmeralda.

 

Sostener la escuelita no ha sido nada fácil, dice, navegando entre el estigma generado por aceptar el apoyo y la falta de certidumbre para continuar con este proyecto que, por otro lado, ha recibido ayuda de parte de asociaciones civiles, como el Banco de Alimentos de Culiacán y activistas que hace semanas le hicieron entrega de equipos... pero mantener el lugar no es fácil.

 

EN LA PRECARIEDAD

 

“Ya nos estamos deshaciendo de nuestras cosas, yo ahorita hace como una semana vendí mi moto, me habían regalado un celular y lo tuve que empeñar ayer para completar los alimentos, Banco de Alimentos nos da el 70 por ciento pero comprar un 20 por ciento es mucho, nada más en agua de garrafón se gasta mucho”, cuenta Esmeralda Quiñones, quien después de dar clases se regresa a su casa para alistarse y marchar a la pepena al relleno sanitario.

 

La mujer que por un tiempo se dedicó a cantar y componer canciones (dice que ya no le queda tiempo para andar de artista), cuenta que su hermana Adilene ya no pudo continuar enseñando en la escuelita debido a su situación financiera.

 

“Ella tenía que trabajar para mantener su carrera, está estudiando para maestro, por eso ahorita la que nos ayuda es Fanny”, refiere.

 

Fanny es una chica de veintipocos años que, como Esmeralda, tiene los ojos verdes y la piel apiñonada. Cuando uno entre al recinto, la puede encontrar sentada frente a una computadora mientras dicta las clases. Hoy, lleva una barriga de siete meses de embarazo.

 


“Cuando tenga a mi bebé ya no podré venir”, suelta entre una sonrisa que le hace recordar a Esmeralda que, dentro de dos meses a lo sumo, tendrá que prescindir de su apoyo en las clases.

 

“Hay otra muchacha también que ya no pudo continuar dando clases, la gente tiene que trabajar, aquí nosotras siempre hemos estado trabajando de a grapa”, comenta.

 

NIÑOS EN PIE DE LUCHA

 

En ocasiones, dice Esmeralda, la demanda de recursos para mantener este proyecto, le hace querer renunciar.

 

“A veces cuando amanezco deprimida me digo hoy no voy a abrir la escuela, pero los niños nomás la ven cerrada por la mañana y allá van a buscar a la casa y me dicen maestra, maestra, ábranos la escuela, y por eso nada más vengo. Ellos no tienen la culpa”, relata.

 

Pero, sobre todo, el pasado ladrillo que es más difícil quitarse de encima, es que en redes y medios se les siga estigmatizando por el primer apoyo que recibieron del narco.

 

“No es narcoescuela ni los niños tienen la culpa, lo que nosotros vivimos aquí es la pobreza, la desigualdad; al gobierno no les interesamos porque es una zona irregular, eso lo sabemos, y a los políticos menos, porque aquí no hay votos para ellos; los niños no votan”, dice en tono molesto.

 

Y sentencia: para aquellos políticos que quieran ir estas campañas a tomarse la foto y prometer el cielo y las estrellas, nomás dice: “No queremos a ningún político aquí”.

 

El proyecto de la escuela para niños pobres en la Ampliación Bicentenario está en riesgo hoy en día. No nada más es tener un espacio, hay que pagar agua en garrafón, internet, hojas, libretas y, sobre todo, desayunos escolares, pues la mayoría de los niños sus padres trabajan en el basurón, y llegan sin nada en la barriga.

 

“¿Qué vamos a hacer? A aguantar lo más que podamos, ¿verdad, Fanny?”.

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