TRIÁNGULO DORADO: Te la perdono porque casi te matas
viernes, 21 de agosto de 2020
TRIÁNGULO DORADO: Te la perdono porque casi te matas
  

Lo aceptaba: le daba miedo la posibilidad de toparse con Isabel en la calle. Bastaba con que ella hiciera una llamada para que en menos de quince minutos se aparecieran los matones de su padre. Si se tratara de agarrarse a golpes con ellos, le entraba, pero qué iba a hacer contra una bola de tipos armados. Isabel no se iba a compadecer.

 

Solo tenía que hacer una llamada desde su celular adornado con piedras brillantes, esperar sonriente y tranquila a que llegaran los matones y levantar el dedo índice apuntando hacia él: ese es, chínguenselo, pónganle una madriza para que de ahora en adelante, cada vez que se tope conmigo, sepa que debe salir huyendo, no importa que ande con una mujer, amigos o familia. ¡Que me vea y huya!

 

Habían pasado cuatro años desde la noche en que los matones del padre de Isabel lo levantaron y mantuvieron encerrado en el cuarto de un hotel de mala muerte, de donde había logrado huir lanzándose por una ventana hacia el patio interior y salir corriendo hasta la calle.

 

Te la perdono nomás porque casi te matas, le había dicho ella por teléfono, horas después de su escape: Eso sí, si nos encontramos en la calle, ni me mires ni me saludes, como si nunca te hubiera conocido. Y él aceptó en silencio el trato. Desde luego: no te miraré, no te saludaré, no te reconoceré. 

 

Pero esta ciudad es un pueblo donde tarde o temprano te encuentras con quien no quieres. La había visto una tarde en que esperaba el camión mientras ella, en su BMW color negro, aguardaba el cambio de luz en el semáforo. Isabel lo vio, esbozó una sonrisa burlona y le subió el volumen al estéreo del auto. A Marcos le temblaron las rodillas.

 

Después la vio en un bar, un domingo por la tarde. Él estaba con su novia y su cuñado. Las amigas de Isabel no le quitaron la vista de encima. ¡Lo que les habrá dicho! De cobarde, pobre diablo, muerto de hambre no me habrán bajado. Y las amigas de Isabel se carcajeaban y brindaban y se servían más Buchanan´s y fumaban a pesar de que estaba prohibido en ese local mientras una corte de meseros las atendía con esmero.

 

La tercera vez que se la encontró fue en un restaurante. Marcos iba con un amigo de la oficina. Al verlo, Isabel se levantó y salió a la calle. Estuvo cinco minutos hablando por su celular. Marcos pensó que antes de que le sirvieran el primer platillo, los matones entrarían abriendo las puertas de par en par, avanzarían directamente hacia su mesa y se lo llevarían a punta de golpes y patadas. Se le quitó el hambre. Le dio sed. El estómago se le incendiaba con burbujas ardientes. ¿Será pura faramalla? A lo mejor no había hablado con nadie. A lo mejor simplemente lo quería amedrentar. ¿Cuánto dura el rencor de una mujer?, se preguntó.

 

Desde su punto de vista, lo que había sucedido solo ameritaba una cachetada, una mentada de madre y un portazo. Isabel era joven, rica, poderosa. Cómo era posible que una mujer así guardara tanto rencor por un individuo como yo, pensaba Marcos. O quizás en eso radicaba el origen de su malestar: no se perdonaba haber cedido ante un pobre diablo, un muerto de hambre, un don nadie, cuando su target regular eran hijos de capos y prósperos hombres de negocios.

 

Era una estrella en las redes sociales y le sobraban aduladores que morían por una respuesta suya o un simple like en Facebook o Instagram. Marcos, en cambio, no tuvo que hacer mayor esfuerzo: no la invitó a restaurantes de lujo, no le regaló cosas caras, no se la llevó de viaje a ningún lado. Le regaló, eso sí, una buena noche, le recitó al oído un poema de Neruda y la contempló largamente antes de ir por su cuerpo como por el mundo.

 

Pero después Marcos no quiso conocer a su familia: se imaginaba a los hermanos buchones con gorras en las que el mapa de Sinaloa estaba cruzado con una hoja de marihuana. Tampoco quiso conocer a sus amigas: ¿De qué iba a hablar con ellas? Por primera vez en su vida, Isabel se había sentido despreciada. Y no lo soportó. Movió toda la maquinaria vengativa a su alcance para que Marcos pasara la peor noche de su vida.


Los matones lo levantaron en la calle, lo golpearon, cortaron cartucho varias veces, lo encerraron en un hotel de mala muerte y permanecieron apostados en el pasillo mientras ella llegaba al lugar de su encierro para culminar su venganza ¿de qué modo? Marcos logró burlar la vigilancia de los sicarios, se escapó por la ventana, cayó más de tres metros al suelo, se fue corriendo hasta la calle y solo entonces se dio cuenta del dolor que sentía en las piernas.


Después, cuando estaba a salvo escondido en la casa de un amigo, ella le llamó a su celular y le dijo claramente: Te la perdono porque casi te matas. Pero cada vez que se la encontraba en la calle le daban ganas de largarse de Culiacán.

 

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