En Sinaloa, sobre todo en Culiacán, el crimen organizado no sólo capta a adolescentes para sus propósitos, sino también son blanco de asesinatos y desapariciones. Poco documentado en las estadísticas, menores y jóvenes participan de un negocio macabro que destruye vidas y familias enteras, los convierte a ellos en soldados del narco, en reclutas del infierno que acaba mal y que es auspiciado por la precariedad en la que transcurren estas vidas sin aparente destino, en los barrios bajos de la capital.
Por Santiago Rentería
Corren contra la muerte, van en motocicletas, portan radios y cachuchas, tienen la mirada torva a su escasa edad y la violencia de un mundo repartido entre la pobreza y la piel lozana de sus escasos años.
Por más que sepan que en este oficio de muerte pocos salen con vida, allí están, permanecen incólumes ante la amenaza, reclutados por el mismo diablo, que muchas veces se convierte en el verdugo.
A otros no les basta trabajar para el narcotráfico de “punteros”, simplemente vivir en una zona marginada de la ciudad los vuelve blanco fácil de la muerte, vulnerables, porque en esta capital convertida a veces en sucursal del infierno, no hace falta deberla para temerla y pagarla.
“Muy pocas veces llegan a ser líderes”, sentencia el investigador social Hugo Moreno Hernández, autor de un libro sobre el concepto de “juvenicidio”.
Formando parte de la estructura más débil del crimen, son más fácil de convertirse en víctimas. Pero aquí no se trata de culparlos a ellos ni a sus familias, se trata de analizar un fenómeno social en el que el Estado mexicano, desde hace décadas, creó este caldo de cultivo con una precarización sistemática que atrae a las juventudes como imán a una vida de oropel que, es muy probable, nunca verán.
Los cuatro del norte
Algo así, se podría establecer, les sucede a los cuatro adolescentes privados de la libertad el pasado 14 de junio en el norte de Culiacán y que por el momento se encuentran en las fichas de Alerta Amber.
La Fiscalía informó a DeprimeraNoticias que, hasta este miércoles 23 de junio, los cuatro menores de edad no habían aparecido todavía.
De acuerdo con los datos aportados con familiares, se trata de los hermanos Jesús Vicente M, de 15 años, y Kevin Alfredo V, de 13 años, así como Gerardo Esteban U, de 15 años, y Josuhan Antonio J, también de 15 años.
La versión sobre la desaparición de los adolescentes es que los vieron por última vez saliendo de sus domicilios, ubicados en la colonia Jesús Valdez y Bicentenario. Comenzaron a privarlos de la libertad a partir de las tres de la tarde y hasta las 5:30
Al margen de que las autoridades no revelaron móviles del caso, para no apuntalar una versión que criminalice a los afectados, todos ellos viven en sectores donde la pobreza y la necesidad abundan.
La colonia Jesús Valdez está localizada justo a un lado del sector Montesierra, un lugar que colinda con el monte y algunos cerros repletos de maleza, la periferia de la ciudad.
Lo mismo la colonia Bicentenario, contigua al basurón municipal y cuyos habitantes, en su mayoría, se dedican o se han dedicado a trabajar de pepenadores en el relleno o de subempleados como en el oficio de albañilería.
De hecho, para los habitantes de estas zonas periféricas, ser reclutados por el crimen organizado o ser víctima de ese monstruo, es algo que se ha naturalizado con el paso de los años, en un estado asediado por el narco y su violencia.
Baleados en moto
No muchos días atrás, durante la madrugada del 3 de junio, ocurrió otro hecho que involucra a adolescentes que ni siquiera se han terminado de formar, tanto física como mentalmente.
Esa madrugada, un grupo de sujetos armados incursionó en el fraccionamiento Capistrano e interceptó por una de las calles a dos menores de edad que circulaban en una motocicleta.
Según la versión que dieron los jóvenes a las autoridades, los hombres armados los señalaron de robar motocicletas en otro sector de la capital, pero ellos lo negaron.
Fue ahí en el cruce de Manuel Payno y bulevar de la Marina donde fueron golpeados y a cada uno le dieron un balazo en el brazo derecho.
Los adolescentes relataron que, tras la acusación de los hombres armados de dedicarse al robo de motos, ellos se defendieron diciendo que en la unidad en la que andaban era prestada.
A eso de las 4:30 de la madrugada la Policía Municipal recibió el reporte de un menor baleado en ese sector, por lo que se dirigieron hacia el sitio y hallaron a José Francisco, de 16 años, vecino de la CNOP, con una lesión en el brazo.
Personal de Cruz Roja acudió al lugar y atendió a José Francisco de una herida en el brazo derecho. Su compañero, de nombre Jonathan, fue lesionado, pero él prefirió escapar del sitio a pie, caminando entre las brechas que comunican Capistrano con la carretera La Costerita.
Horas más tarde, a las 7:45 de la mañana el servicio de emergencia 911 registró una llamada de auxilio por el libramiento Benito Juárez.
Agentes policiacos se dirigieron enseguida a la zona donde se decía había un menor herido de bala y encontraron a la orilla de la carretera a Jonathan con su brazo baleado.
De nueva cuenta el personal de la Cruz Roja se encaminó a la zona sur para atender al adolescente y así como José Francisco, fue internado en un hospital.
Jonathan explicaría que además del tiro que le dieron, también lo golpearon en las costillas y otras partes del cuerpo.
¿Qué es el juvenicidio?
De acuerdo con sociólogos, el juvenicidio es el asesinato sistemático de menores y jóvenes que se ven involucrados en el crimen organizado o no necesariamente tienen que trabajar para él.
Esto debido a que, en otras situaciones, menores que trabajan para el narco pueden arrogarse el derecho de matar a otro igual sólo por sentir su poder o verse amenazados.
"La inserción de los jóvenes en estas estructuras se hace de la manera más baja, son el eslabón más débil de las organizaciones, muy pocas veces llegan a ser líderes importantes o manejar recursos propios y se convierten en una fuerza de trabajo muy valiosa pero muy barata", señala Hugo Moreno Hernández en la investigación denominada “Sed de mal. Feminicidio, jóvenes y exclusión social.”
La precarización del sector juvenil es multifactorial, dice, ya que inciden condiciones como el empleo informal y su baja remuneración, además de la educación, que funge como uno de los ejes centrales que enfrenta mayores desafíos.
"En la preparatoria, más de la mitad de los estudiantes ya ha desertado, la mayoría de los jóvenes persistentes que terminan una carrera universitaria no va a trabajar en lo que estudió y el desempleo es desproporcionalmente mayor en ese rango", explica.
A la precarización económica y social se suma el fenómeno migratorio, jóvenes que salen del país en busca de condiciones para desarrollar sus proyectos de vida.
"Se van a vincular esta precarización económica, una precarización social, una precarización de las instancias de justicia con su correspondiente precarización de los ámbitos de participación ciudadana", menciona el investigador.
En Sinaloa, que forma parte de la investigación del académico del Colegio de la Frontera, todo este fenómeno de alta complejidad social, se da de manera cotidiana, sin que la sociedad, los padres y los chicos, busquen una reflexión para frenar el círculo vicioso que alimenta de tumbas los panteones o retratos de desaparecidos las esquinas y las bardas.
TEXTO PUBLICADO EN NUESTRA EDICIÓN IMPRESA QUE SALIÓ A LA VENTA EL PASADO 26 DE JUNIO