Fui comandante de un cártel a los quince años
lunes, 9 de noviembre de 2020
Fui comandante de un cártel a los quince años
 

  

Se calcula que en México hay más de 35 mil niños y adolescentes involucrados en el crimen organizado. Estos menores han sido adiestrados por los cárteles para convertirse en máquinas de matar. Si uno de ellos es detenido, no pasará más de cinco años recluido, porque así lo determina la ley de protección a menores. Son productos desechables: explotados por la delincuencia, olvidados por el Estado, abandonados por sus familias. En el libro Un sicario en cada hijo te dio, que presenta testimonios de niños sobrevivientes al crimen organizado, se recoge la historia de Jesús, originario de Jalisco, quien a sus 12 años fue recluido por el cártel y ahora lleva sobre sus espaldas la muerte de más de 300 personas.



FUI COMANDANTE DE UN CÁRTEL A LOS QUINCE AÑOS
 

 

 

Me apasiona el futbol, yo era un niño normal, mi sueño era ser jugador. Me pasaba horas dominando la pelota y todo el tiempo jugaba retas en el terreno baldío de mi barrio. Siempre quise ser alguien importante en la vida y estaba convencido de que el futbol era mi forma de lograrlo, pero a los doce años, mi vida tomó un giro que nunca imaginé.

 

 

Cuando entré a primero de secundaria, ya no me llamaba tanto la atención la escuela, creo que era cosa de la edad, muchos de mis cuates empezaron a irse de pinta y a mí se me hizo fácil irme con ellos. Cuando mi mamá se dio cuenta me regañó y platicó conmigo. Pero empecé a dejar de hacerle caso.

 

 

Un día, en la esquina de la casa había unos amigos, casi todos eran más grandes que yo y pues se me hizo fácil aceptarles un churro… y esa fue la primera droga que probé. También me ofrecían tabaco, pero ese nunca me ha gustado, después empecé con la cerveza. Al principio mi mamá no se dio cuenta, pero ya después me preguntaba por qué traía así los ojos y para qué necesita dinero.

 

 

Los compas que me iniciaron en la droga eran más grandes que yo, los típicos que andan de lacras en mi estado. Ellos ya tenían catorce años y los invitaron a unirse al cártel, yo nada más los veía ir y venir. A veces se iban por temporadas. Me llamaba mucho la atención los carros y las armas que traían los que los invitaban.

 

 

Me acuerdo muy bien cuando se fue el Juan, era uno de mis mejores compas. El día que aceptó, se lo llevaron en una troca y él iba muy emocionado. Lo dejé de ver un tiempo, pero después regresó y me invitó. Me dijo: “Mira, Jesús, aquí puedes hacer mucha lana, ya el comandante que lleva tres años aquí tiene su troca, sus armas, un chingo de dinero y siempre está con mujeres bien buenas”. Me dijo que lo pensara y que, si quería, el miércoles pasaban por mí

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Hice mi maleta y me fui. Mi mamá no me vio ni sabía que decidí irme con los del cártel, la mera verdad es que me escapé y pensaba regresar con dinero para que ya no se enojara tanto conmigo. Cuando me fui, estuvo preguntando con mis compas y después de un tiempo le dijeron la verdad. No me imagino lo que pensó en ese momento, ha sufrido mucho conmigo.

 

 

Me subieron a una camioneta que iba con otros doce chavos de mi barrio, a esos ya los conocía, pero en total éramos 60, todos más grandes que yo. Algunos tenían cara de emocionados y otros de miedo… creo que, en el fondo, todos teníamos miedo.

 

 

De esos doce ya nada más quedo yo, todos los demás terminaron fríos. Los que subimos a la sierra ese día aplicamos para ser sicarios. Antes de subir, se firmaba una hoja en la que decías cuánto querías durar, a quién y a dónde querías que dejaran dinero si te mataban y para qué puesto querías aplicar. Los 60 aplicamos para sicarios porque es en el que ganas más desde el principio. De entrada, ganas 20 mil al mes y luego ya vas subiendo, depende del trabajo y de tu desempeño.

 

 

Dudé en elegir entre halcón, central o retenes, pero en esos tiempos ellos ganaban muy mal y no me gustaban sus funciones. Los halcones nada más traen radio y están en las esquinas viendo si viene alguien para dar el pitazo. Los centrales son administrativos y los retenes son los que frenan a la gente en las carreteras para ver quiénes son y así. Halcón no me convenía porque no traen arma, entonces si te van a hacer algo pues ¿cómo te defiendes? En cambio, a mí de entrada me dieron un cuerno de chivo para mí nada más.

 

 

Nos llevaron a la sierra y empezamos con el adiestramiento. Nos entrenaba un kaibil, nos enseñaba a usar armas y, en general, puro entrenamiento táctico y de supervivencia. Nos enseñaban a bajarte de la camioneta si hay balacera, cómo llegar a una casa a reventarla o cosas así… te entrenan para matar. Comida y droga no nos faltaba. Ahí ya empecé a consumir otras cosas, prácticamente probé de todo, me quedé con la mota y la cocaína porque en este trabajo tienes que estar alerta y no puedes apendejarte.

 

 

Cuando bajé del adiestramiento me sentía otra persona. Cambié mi forma de pensar, de actuar y, sobre todo, me alejé de todo lo que me había enseñado mi familia. Siempre me enseñaron a ser humilde y a no sentirme más que los demás, y pues ahí como que se me olvidaron esas cosas. Al contrario, quería sentir poder, ese poder del que platican los otros, esa sensación de cuando mataban a alguien o cuando le apuntaban a la cabeza a alguien y ese alguien pedía clemencia.

 

 

Bajando me dieron mi primera paga de 10 mil a la quincena, ya después subió a 13 mil y luego a 15. Lo primero que hice al bajar de la sierra fue ver a mi mamá. Estaba preocupada y molesta conmigo. Fue una batalla enorme para que me recibiera el dinero. No lo quería porque decía que venía de cosas malas, que no quería que estuviera por ahí haciendo eso, que no lo iba a aceptar. Al final se lo dejé en un cajón y me fui de nuevo.

 

 

Con mi primera paga vino mi primer trabajo, no se me olvida, fue una chava, trabajaba con los contras, primero la dejé en el cerro y después le corté la cabeza. Así me dijeron que la tenía que matar. Tenía 17 años y era del cártel contrario. Me dijeron que no lo pensara mucho. Sentí muchas ansias después de que me ordenaron hacerlo, ya cuando la maté me calmé un poco.

 

 

Pasaban los días e intentaba no pensar en eso, pero conforme pasaba el tiempo, pues sí me molestaba. Esa chava me molestaba mucho, no me dejaba dormir y se me subía en sueños. Conocí muchas personas que ya llevaban muchos muertos y dicen que sí regresan por uno… si eres de cabeza fácil o así, pues te andan llevando también con ellos. Intentaba quitarme esos pensamientos y no recordarla para pasar el día.

 

 

Otras cosas que me ayudaban a olvidar eran la droga y las mujeres. Casi en cuanto bajamos del adiestramiento nos llevaron con unas prostitutas y tuve mi primera relación sexual a los 12 años. De ahí en adelante cada vez que extrañaba o sentía melancolía intentaba drogarme, poquito porque tenía que estar alerta. A los 13 años y medio empecé a extrañar demasiado a mi mamá, ya llevaba año y medio trabajando y la veía cada cuatro meses a lo mucho.

 

Entonces empecé a dudar si debía seguir o mejor me regresaba. Una noche en el campamento de la sierra me puse a llorar, no podía contener las lágrimas, pensaba en la chava que había matado, en mis hermanos, en lo que me estaba perdiendo por no estar con ellos, en mi abuelita y en mis tíos.

 

Esa noche el jefe me vio tronado y me dijo si quieres salirte salte, todavía estás muy chavo, lo que pasó aquí, lo que has visto, pues aquí se queda. No me animé. Pensaba que tarde o temprano los contras se iban a dar cuenta de que había trabajado con mi cartel y seguro llegarían a mi casa y me matarían.

 

Mientras estás en activo trabajando estás protegido, siempre traes tu arma, andas en bola y todos estamos alerta. En cambio, si desertaba, estaría solo cuidándome de los contras y de mis compas, así que me quedé.

 

 

Así empecé a subir de puesto y me encomendaron que  reclutara más gente. Busqué amigos de la infancia, tengo remordimientos de conciencia, en particular porque eran más grandes que yo y pues los que jalé a trabajar conmigo los agarraron y ahora están en la cárcel, ellos ya no van a salir para contarla porque los atraparon ya mayores de edad.

 

 

A los 15 años empecé con mi equipo, raro para mi edad, pero tenía mucha agilidad mental y físicamente me veía mucho más grande, entonces me respetaban. Cuando empecé eran 10 personas a mi cargo, después de un tiempo fueron 15, se puede decir que ya andaba de comandante, hay un jefe regional y yo estaba debajo de él, ahí empecé a descansar un poco de hacer el trabajo sucio porque los tres años anteriores me tocó hacer de todo.

 

Sí la sufrí, primero nos decían a quién teníamos que secuestrar, a tal persona de tal casa en tal colonia, y qué información le teníamos que sacar, por lo general eran chavas de los contras que tenían información útil, las llevábamos a la sierra, las amarrábamos a los árboles por algunos días y luego íbamos por ellas y las torturábamos hasta que les sacábamos toda la información. Lo que más servía eran las torturas en orejas y dedos. Yo empecé a cortar orejas, ya después me iba con los dedos y ya cuando teníamos lo que queríamos, pues les cortaba la cabeza o les daba un tiro.

 

 

Nunca me gustó contar cuantos me había echado pero ya poniendo un número yo creo que por mis manos fueron unos 16 o 17, pero que yo haya ordenado matar, tal vez sumen 300.

 

 

Dos veces he sentido la muerte muy cerca. La primera cuando entramos a tierra de los contras. Íbamos como 30 camionetas, todos armados hasta los dientes y a mí me tocó ser de los que iban mero adelante. Ya iba con la mentalidad de que ese día me podía morir. Íbamos a sacar a los contras, a abrir plaza. Llegamos a un rancho donde había muchas casas y a reventarlas, a matar a todos, a sacar a todos los contras y a robar todo lo que había, sobre todo armas y drogas. Para donde volteara había chavos disparando, yo me veía con mi cuerno de chivo y me  temblaban las manos, pero ya sabía que todo eso era parte del trabajo, siempre ayudaba un toque de marihuana y cocaína para agarrar valor.

 

A veces me ponía a pensar que el país es una mierda. A veces hasta me daba risa porque llegaban los policías de la estatal y nos entregaban las armas de los contras, balas y pertenencias de los otros. Es muy corrupto todo, la mera verdad, es lo mismo fuera o dentro de la cárcel, para todos lados y adonde se mire hay corrupción y violencia.

 

 

Un día, tenía a dos chavos secuestrados en la casa de seguridad y me agarraron con las manos en la masa, ahora sí ya venían por mí los policías. Esta vez, por más que lo intenté solucionar de otros modos, ya no se puedo y me llevaron al centro de internamiento. Menos mal que todavía tenía 17 años porque unos meses más y me voy para la grande y ya no la cuento.

 

Ahora ya voy para tres años de estar encerrado, me faltan dos, en total me dieron cinco, la condena más alta porque me sentenciaron por dos secuestros y delincuencia organizada. Saldré cuando tenga 22 años.

 

 

Desde que llegué a este centro y dejé de trabajar para el cártel todo está más en paz. No sé si estoy dentro o no, pero creo que si estuviste, pues sigues estando… ya llevo tiempo sin comunicarme con ellos ni ellos conmigo, tampoco me han pagado nada, por lo que asumo que ya no me consideran parte de ellos.

 

 

Vi que mataron a muchos compañeros míos en esta guerra y el dolor de sus familiares cuando no los encontraban o sí, pero muertos. Uno también tiene sentimientos y piensa en lo que hizo…. Me pongo en los zapatos de esas personas, sobre todo cuando las teníamos secuestradas y las torturábamos… nos decían muchas cosas en esos momentos. Recuerdo a una señora que ya estaba grande y me decía que no se quería morir, que tenía hijos, familia y que quería seguir con ellos. Es mucho sufrimiento el que vivían, solo el estar secuestrado y no saber qué te van a hacer, eso en sí ya es una tortura. Creo que lo hecho nunca se va a borrar. Una vez que matas a alguien, hay una parte del corazón que se hunde, se rompe y no se puede recuperar, pero ahora ya no me considero un asesino.



Esta crónica forma parte del libro Un sicario en cada hijo te dio y es publicada con la autorización de editorial Aguilar.




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